Contraportada. Redacción
Jason no es alumno de la UAEM; de hecho no estudia ni se emplea en ningún sitio. No es por falta de ganas; aun así, este domingo recorrió, al igual que cientos de miembros de la comunidad universitaria, ciudadanos comunes y corrientes, ciclistas y espontáneos, los más de tres kilómetros que separan al plantel de la Prepa Uno con Ciudad Universitaria.
Junto con Kendra, Luis, Sheryl, Patricia y otros, el joven hondureño participó en la marcha «Vibra México», cuyo fin fue enviar un mensaje de inconformidad y protesta a Donald Trump, presidente de Estado Unidos, sobre su política anti-inmigrante.
A sus 17 años Jason perdió ambas extremidades inferiores en Huehuetoca, sobre los rieles en los que transita «La Bestia», el tren cuyo “lomo” montan en territorio mexicano para llegar a la frontera con Estados Unidos.
Hoy, a meses de su accidente, acudió en silla de ruedas para solidarizarse con el movimiento universitario porque, aunque por motivos distintos, resultó ser una víctima colateral del movimiento migrante, ese que escupe a centroamericanos de sus localidades de origen con el fin de hacer realidad el American Dream; aunque, hay que dar un paso inicial por suelo mexicano, donde muy pocos tienen la suerte de no ser agredidos por la población que regularmente los identifica como delincuentes, vagos, aprovechados o maras.
Un compañero de nacionalidad hondureña empuja su silla de ruedas. Van a la zaga del contingente que se concentró frente a Prepa Uno donde, al menos por unas horas, el amor a México, los gritos a favor de la patria, la solidaridad mexicana, salió a flote en forma de banderas, cartulinas, mensajes, banderines, vestimenta.
A dos días de haber sido convocados, pocos estudiantes universitarios acudieron. Los trabajadores, administrativos, académicos, directivos les superan en número.
El sol cae a plomo en este mediodía en Toluca. El grupo enfila por la avenida Venustiano Carranza. Hay poco apoyo de los automovilistas, uno que otro toca el claxon a manera de acompañamiento y solidaridad. Otros conductores, con cara enfurruñada, solo esperan que pase el contingente para seguir su rumbo.
Los curiosos observan la marcha silenciosa, pacífica. El rector de la UAEM, Jorge Olvera, va al frente. Le acompañan sus más cercanos colaboradores: el secretario de Rectoría, la de Investigación y Estudios Avanzados, el de Administración.
La fila humana, superada por miles en otro evento deportivo local que se desarrolló primero en la Plaza España y luego en el estadio de La Bombonera, llega a la Avenida Vicente Guerrero y por algunos minutos se apropia de carriles centrales mientras el sol inclemente deja caer sus rayos sobre la humanidad de cientos que siguen en la marcha.
Llegan a su destino en el estacionamiento de la Facultad de Contaduría y Administración. Bajo el templete cubierto, dirige un mensaje lleno de cifras la directora del Centro de Estudios de Migración, Norma Baca quien advierte sobre los riesgos de la política anti-inmigrante de Estados Unidos; luego, el poeta argentino, Pedro Salvador Ale, desenfunda y dice que no porta armas, solo libros.
El rector Jorge Olvera dice basta a las políticas tibias frente al embate del gobierno estadounidense y hace un recuento de lo que la UAEM ha hecho a favor de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, como el bachillerato a distancia.
El Himno Mexicano es entonado previo a un número artístico desairado que sería el colofón de la marcha por México, de la marcha que hicieron suya también migrantes centroamericanos cuyo sueño de llegar a los Estados Unidos no es posible por ahora.
Por hoy, Jason regresa con sus compañeros de historia, de nacionalidad, de tragedia. Vuelve al centro de Atención a Migrantes «Hermanos en el Camino» que le da techo, comida y protección.
Vuelve a soñar que algún día podrá caminar.
CDC
Contraportada. Dossier Ciudadano 